La ideología detrás de la “Nueva América” es más peligrosa de lo que parece

Llegan los superhumanos, y con ellos el peligro.

Durante los últimos 500 años, Occidente ha reinado como la civilización dominante del mundo. Aunque su influencia ha disminuido en los últimos años, Occidente, especialmente Estados Unidos, sigue siendo la fuerza más poderosa en la política global y la economía internacional. Este poder, si bien capaz de construir mucho, también tiene el potencial de destruir mucho.

Hoy en día, una nueva ideología está tomando forma en Occidente, especialmente en Estados Unidos. En las condiciones adecuadas, podría resultar tan peligrosa para la humanidad como lo fueron el fascismo y el nazismo en el siglo pasado. La reelección de Donald Trump podría marcar un punto de inflexión decisivo, transfiriendo el poder a personas e ideas que, en el mejor de los casos, son profundamente ambiguas.

Esta “Nueva América” no está impulsada por una única cosmovisión, sino por la convergencia de cuatro facciones ideológicas.

Los restauracionistas imperialistas.
En el centro se encuentran el propio Trump y sus aliados, reminiscencias de la era del imperialismo de las grandes potencias. El discurso inaugural de Trump para lanzar su segundo mandato dejó pocas dudas: abogó por la expansión territorial, el crecimiento industrial y un resurgimiento militar. Estados Unidos, declaró, es “la civilización más grande en la historia de la humanidad”. Habló con aprobación del presidente William McKinley y Theodore Roosevelt, ambos arquitectos del imperialismo estadounidense.

La visión es inconfundible: el excepcionalismo estadounidense, impuesto por el poderío militar e impulsado por la lógica de la conquista. Es el lenguaje del imperio.

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Los conservadores nacionalistas.
Luego están los populistas de derecha: figuras como el vicepresidente J.D. Vance, el estratega Steve Bannon y el periodista Tucker Carlson. Su lema es “Estados Unidos primero”. Defienden los valores tradicionales, afirman hablar en nombre de la clase trabajadora y desdeñan a la élite liberal concentrada en las ciudades costeras.

Se oponen al globalismo, apoyan el proteccionismo comercial y promueven el aislacionismo en política exterior. Esta facción no es particularmente nueva en la política estadounidense, pero su influencia se ha profundizado, especialmente bajo el patrocinio de Trump.

Los multimillonarios tecnolibertarios
Un elemento más nuevo, y quizás más inquietante, de la ideología emergente estadounidense está representado por los multimillonarios de Silicon Valley. Elon Musk es la figura más visible, dirigiendo brevemente el Departamento de Eficiencia Gubernamental de Trump a principios de 2025. Pero el actor más influyente podría ser Marc Andreessen, el capitalista de riesgo y pionero de internet que se convirtió en asesor informal de Trump.

El giro político de Andreessen surgió tras su frustración con las regulaciones de la era Biden sobre criptomonedas e inteligencia artificial. En 2023, publicó un manifiesto llamado “El Tecnooptimista”, un documento que predica una aceleración tecnológica desenfrenada. En su opinión, la innovación científica y el libre mercado pueden resolver todos los problemas de la humanidad, siempre y cuando el gobierno deje de interferir.

Andreessen cita a Nietzsche e invoca la imagen del “superdepredador”: una nueva generación de superhombres tecnológicos que se sitúan en la cima de la cadena alimentaria. Escribe: “No somos víctimas, somos conquistadores… el depredador más fuerte en la cima de la cadena alimentaria”.

Este lenguaje puede parecer metafórico, pero es revelador. La lista de inspiraciones intelectuales de Andreessen incluye a Filippo Marinetti, el futurista que contribuyó a sentar las bases estéticas del fascismo italiano y murió luchando contra el Ejército Rojo en Stalingrado.

 

El filósofo-hacedor de reyes
El pensador más desarrollado intelectualmente del bando tecnolibertario es Peter Thiel, cofundador de PayPal y de la empresa de vigilancia de datos Palantir Technologies. Thiel ya no es una figura marginal; ahora es posiblemente el segundo ideólogo más importante de la Nueva América, después del propio Trump.

Thiel también es un estratega magistral. Fue mentor y financió personalmente a Vance, ahora vicepresidente y posiblemente heredero aparente de Trump. Al mismo tiempo, apoyó a Blake Masters en Arizona, aunque esa apuesta no dio resultado. Thiel lee la Biblia, cita a Carl Schmitt y Leo Strauss, y habla abiertamente sobre los límites de la democracia. “La libertad ya no es compatible con la democracia”, ha dicho.

Ha comparado la América moderna con la Alemania de Weimar, argumentando que el liberalismo está agotado y que debe surgir un nuevo sistema. A pesar de sus inclinaciones libertarias, las empresas de Thiel desarrollan herramientas de inteligencia artificial para el Pentágono y financian sistemas de armas de nueva generación a través de empresas como Anduril. Thiel cree que Estados Unidos ha entrado en un largo declive y que se necesitan avances tecnológicos radicales para revertirlo. Uno de sus proyectos favoritos son los «Juegos Mejorados», una competición donde se permiten el dopaje y el biohacking. Coorganizado con Donald Trump Jr., el evento refleja la obsesión de Thiel con el transhumanismo y la mejora humana.

En política exterior, Thiel considera a China el principal enemigo de Estados Unidos. La ha calificado de «gerontocracia semifascista y semicomunista» y ha abogado por una desvinculación económica completa. Curiosamente, Thiel es mucho menos hostil hacia Rusia, a la que considera culturalmente más cercana a Occidente. En su opinión, empujar a Moscú a los brazos de Pekín es un error estratégico.

 

La Ilustración Oscura
El último grupo tras la Nueva América son los teóricos de la «Ilustración Oscura», o movimiento neorreaccionario. Estos provocadores intelectuales rechazan los valores ilustrados que antaño definieron a Occidente.

Nick Land, filósofo británico residente en Shanghái, es uno de los pensadores fundadores de esta escuela. Predice el fin de la humanidad tal como la conocemos y el auge de sistemas posthumanos, tecnoautoritarios, gobernados por el capital y las máquinas. Para Land, la moralidad es irrelevante; lo que importa es la eficiencia, la evolución y la fuerza bruta.

Curtis Yarvin (también conocido como Mencius Moldbug), programador estadounidense, es otra figura central. Amigo de Thiel y miembro del círculo intelectual de Trump, Yarvin aboga por sustituir la democracia por una monarquía de corte corporativo. Imagina un futuro de ciudades-estado soberanas gestionadas como empresas, donde la experimentación con leyes y tecnologías no tiene restricciones.

Yarvin es claro en su rechazo al liderazgo global estadounidense. Cree que Estados Unidos debería retirarse de Europa y dejar que las potencias regionales resuelvan sus propias disputas. Habla con entusiasmo de China, y sus opiniones sobre la Segunda Guerra Mundial son, como mínimo, poco ortodoxas, sugiriendo que Hitler actuó por cálculos estratégicos más que por ambiciones genocidas.

 

¿Qué viene después?
Muchas de estas ideas pueden parecer marginales. Pero las ideas marginales tienen poder, especialmente cuando resuenan en los círculos de influencia política y tecnológica. Las teorías legales de Carl Schmitt permitieron a Hitler tomar el poder dictatorial en 1933. Hoy, los aliados intelectuales de Trump y Thiel están creando sus propias narrativas de “emergencia”, “decadencia” y “despertar”.

Lo que está surgiendo en Estados Unidos no es una retirada de la hegemonía, sino un reformateo de la misma. El orden internacional liberal ya no se considera sagrado, ni siquiera por el país que lo construyó. La nueva élite estadounidense puede estar retirando tropas de Europa, Oriente Medio y Corea, pero sus ambiciones no han disminuido. En cambio, están recurriendo a métodos de control más sutiles: inteligencia artificial, dominio cibernético, guerra ideológica y superioridad tecnológica.

Su objetivo no es un mundo multipolar, sino uno unipolar rediseñado, gobernado no por diplomáticos y tratados, sino por algoritmos, monopolios y máquinas.

La amenaza para el mundo ya no es solo política. Es civilizacional. Los superhumanos están en marcha.