NUEVA YORK –Las especulaciones sobre el fin de la República Islámica de Irán han aumentado a raíz de la sorprendentemente eficaz campaña de bombardeos de Israel, que logró degradar y destruir gran parte de la capacidad ofensiva de Irán en poco menos de dos semanas.
Algunos comentaristas, como el economista Nouriel Roubini y el politólogo de Stanford Abbas Milani, consideran plausible o inminente un cambio de régimen. Otros, como el estratega Richard Haass, argumentan que aún no se dan las condiciones necesarias para un avance democrático.
Un tercer grupo no aboga en absoluto por un cambio de régimen. Si bien consideran objetables algunos aspectos de la República Islámica, consideran en gran medida a Irán como un Estado poscolonial agraviado que lucha por su autonomía y dignidad. Figuras como los académicos iraníes exiliados Djavad Salehi-Isfahani y Esfandyar Batmanghelidj han expresado variaciones de esta opinión.
Muchos en este bando reservan su más profunda hostilidad no hacia los fanáticos islamistas ni hacia los opresores nacionales, sino hacia las potencias extranjeras, especialmente Occidente. Y siguen insistiendo —a pesar del encarcelamiento de políticos de la oposición y el desmantelamiento de la sociedad civil— en que un movimiento viable de reforma democrática siempre está a punto de abrirse paso, solo para ser frustrado por la intromisión de extranjeros y unos pocos intransigentes de línea dura. (Resulta sorprendente que quienes argumentan esto sean en su mayoría iraníes expatriados laicos que casi con toda seguridad serían arrestados si se expresaran libremente dentro de Irán).
Mi opinión, basada en dos décadas de investigación y años viviendo en el país (incluyendo el tiempo que cumplí en la infame prisión de Evin), es que democratizar la reforma o cambiar el régimen es mucho más difícil de lo que muchos creen. El sistema autoritario está profundamente arraigado y la sociedad civil y los grupos de oposición son mucho más débiles de lo que a menudo se imagina. Este desequilibrio de poder entre el Estado y la sociedad es tan pronunciado que, a corto y mediano plazo, solo fuerzas externas podrían debilitar el régimen y crear las condiciones para una transición liderada desde el interior hacia una forma diferente de gobierno.
Pero un colapso total del Estado iraní ya no es impensable, aunque esté lejos de estar garantizado. La República Islámica se encuentra bajo una enorme presión tras la campaña militar israelí y las sucesivas oleadas de protestas y dificultades económicas de los últimos años. Si cayera, lo que suceda a continuación dependería menos de la ideología y más de la logística: es decir, de cómo un país de más de 80 millones de habitantes, distribuido en un territorio más grande que Francia, España e Italia juntos, continúa gobernándose.
En ese caso, Irán estaría más preparado para un régimen democrático estable de lo que muchos creen. Mi investigación académica sobre las instituciones administrativas y políticas de Irán y mi experiencia práctica en la promoción de la gobernanza local democrática y la cooperación internacional (el trabajo que me llevó a prisión) han revelado un sólido andamiaje institucional que podría servir como columna vertebral de un orden postislamista. Esta arquitectura, que vincula a los ministerios centrales con las autoridades electas en más de 1.000 ciudades y 35.000 aldeas, cobra ahora más importancia que nunca.